
EXORCISMOS EN ISABA
Hay una cosa clara, realmente se creía en las brujas y en los brujos, se creía que tenían poder, y la Iglesia Católica hacía frente a ese poder desde la convicción de que este emanaba del demonio.
Muchas veces hemos oido hablar de los exorcismos, seguramente que los hemos visto en alguna película, y lo más probable es que los veamos como algo distante, ajeno a nuestra cultura, como algo irreal en nuestro mundo y entre nuestras gentes. Sin embargo... hay que decir con claridad y rotundidad que en Isaba se practicaban exorcismos; probablemente en otros pueblos del valle y del entorno también tendrían lugar estas prácticas, pero en el caso de Isaba lo sabemos con seguridad.
Estos conjuros tenían valor en tanto en cuanto fuesen practicados por un clérigo. No debemos de olvidar de que siglos atrás, a diferencia de lo que ahora sucede, en Isaba llegaba a haber hasta una docena de sacerdotes, y todos ellos hijos del pueblo. Y ellos, por su condición de personas consagradas, eran quienes tenían potestad para practicar un exorcismo.
Un libro único
En una casa de Isaba, de esas que dio a la Iglesia más de un sacerdote, se ha conservado el manual de exorcismos que en esta villa se empleaba antaño. El título de este manual es: Práctica de exorcistas y ministros de la Iglesia; está editado en el año 1666, y es obra del padre Benito Remigio. La obra en cuestión fue sufragada por Francisco Serrano de Figueroa, notario del Santo Oficio. Para quien tenga curiosidad diremos que el título completo de este manual es: Practica de exorcistas, y ministros de la Iglesia, en que con mucha erudición, y singular claridad, se trata de la introducción de los exorcismos para laçar y auyentar los demonios, y curar espiritualmente todo género de maleficio y hechizos.
El manual que se empleaba en Isaba estaba dividido en cinco partes. En la primera se trataba de la instrucción del exorcista, con varios documentos que servían para aprender a ser un profesional en la materia.
En la segunda parte se enseñaba cómo había que exorcizara los Energúmenos, a la vez que incluía unos conjuros de muestra, y unas oraciones, para que los unos y las otras fuesen lo más eficaces posibles.
La tercera parte es la que entra de lleno en el tema de la brujería; en ella se enseña como practicar un exorcismo a los duendes, a los brujos y a los demonios que infestan las casas, y curar espiritualmente todo genero de maleficios y hechizos.
En la cuarta parte se trata de los exorcismos en tiempo de tempestades y trabajo de langosta. Y en la quinta y última parte se instruye sobre cómo tienen que ser las rogativas y procesiones para pedir agua y serenidad, según el ritual de Pablo V.
El ritual
El exorcismo requería cuidar una serie de detalles. Primeramente, como ya ha quedado dicho, era imprescindible que quien lo practicase fuese Ministro de la Iglesia, es decir, sacerdote. Debía de ir revestido para tal menester. Y a partir de allí todo giraba en torno a una extensa simbología en la que nunca debía de faltar una cruz, el agua bendita, una vela con fuego sagrado, un trozo de pergamino con el nombre de las personas poseídas por el demonio (para ser quemado luego), o una imposición de manos en el momento adecuado.
El ritual iba acompañado de todo un ceremonial que empezaba en la misma puerta de la casa, y que tenía su continuidad con la lectura en latín de todo tipo de conjuros y de salmos que tenían como objetivo expulsar al demonio del cuerpo del poseído. A las personas poseídas (enfermos, brujos, etc.) se les denominaba energúmenos, y se entendía que por su boca hablaba el demonio.
No se aplicaba la misma fórmula para expulsar el demonio del cuerpo de un brujo, que para expulsar el demonio del cuerpo de un enfermo; en estos últimos casos, si la enfermedad lo permitía, se procuraba llevar al enfermo a la iglesia, para que allí confesase y comulgase, y estuviese expuesto directamente a la acción del Santísimo; y si no era posible se hacía directamente en su casa bajo un ritual muy concreto.
Tampoco faltaban exorcismo para librar a las casas de los duendes malignos, aquellos que extendían la calumnia, que provocaban en fuego en las propiedades, que propagaban la enfermedad, que metían ruidos, y que en definitiva eran los responsables de todos los maleficios que aquejaban a esa casa.
En el caso concreto de los brujos y de las brujas el sacerdote debía de ir bien preparado, pues no hablaba con la persona sino con el demonio, y debía de ir rebatiendo todo lo que decía, exponiendo siempre que aunque Dios rechazaba el pecado, su misericordia y su bondad eran infinitas, y que las puertas de la conversión siempre las tenía abiertas a los pecadores. Estos exorcismos solían ir acompañados de largas lecturas en latín de los salmos evangélicos. Y todo esto, además, se realizaba durante varios días seguidos.
Una vez expulsado el demonio y convertido de nuevo a la fe el que hasta entonces había sido energúmeno, se aplicaba seguidamente otro amplio ritual de acción de gracias, que era lo que permitía pasar a ser neocatecúmeno.